Blogia
alcabor

Claro de luna

Claro de luna

Conoces bien al amigo, amiguico le llamabas cuando se sentía víctima del azar del tren no hace mucho, y recitaba versos de Neruda en Escandón, rodeado de nieve.  Y no te sorprendes si se muestra orgulloso de su condición: es de secano, y ni aun con los calores has conseguido que se mojara por encima del tobillo. Pues bien, este verano ha pasado unos días cerca del mar, “esa forma terriblemente dura y compacta de la naturaleza”, como dice, robándole una línea al Cuaderno gris de Pla,  y ha paseado su andar ansarino, y a veces cansado, por la arena. Breve escarceo al vuelo de la brisa de la mañana y en seguida, retirada a una sombra agradecida, sin dejar de observar la curva del horizonte.

Pasan las horas, antigua hora sexta  del reloj de sol convertida por la costumbre en siesta, en la que nada se mueve y muchos desafían la delgadez extrema de la capa de ozono, mientras el amigo, desficioso, al decir de la abuela de la que apenas pudo disfrutar,  espera la llegada del atardecer. El sol le calienta la espalda mientras la sombra se proyecta sobre la arena, y el amigo se pierde, atraído por el infinito. Llega la noche, y anda hasta el espigón del paseo nuevo, donde rompen las olas, un rito que cada cual vive a su manera.

Al poco, la oscuridad del horizonte enrojece y comienza la ascensión de la luna. El estupor da paso al silencio, y se ahoga el murmullo del espigón. La luna, casi llena, va ganando altura y en seguida proyecta su reflejo en las olas mansas, una estela blanca que se abre en ángulo hasta el espigón. Un acento dulce insinúa que sólo por ver este reflejo de luz merece la pena haber nacido. Y se acuerda el amigo, amiguico le llamabas, de una escena de su memoria infantil, cuando Donato, Minino y Colás tuvieron la ilusión de atrapar la luna desde el cerro de Santa Bárbara, pertrechados con una escalera, una cuerda y un saco.

El amigo calla, en guardia: aguarda. A lo mejor pensaste que callaba por la atracción de la luna. Pero el amigo, como el poeta, desconfiaba, “mientras la mar dormía ahíta de naufragios”. Ya sabes, una forma terriblemente dura y compacta de la naturaleza. Y además, ahora resulta que la luna nos abandona: se aleja de la Tierra 3,8 centímetros al año.

 

0 comentarios