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Mal de altura

Mal de altura

Aficionado desde hace tiempo al alpinismo de sillón, me gusta leer noticias sobre un deporte que me intriga. La necesidad de superar obstáculos insalvables que nos pueden costar la vida parece estar inscrita en los códigos que condicionan nuestra naturaleza y que algún día nos atreveremos a descifrar. Hasta tal punto, que Carlos Pauner, dentro de su proyecto de coronar sin oxígeno la cumbre de los catorce ochomiles, incorpora junto al doctor Morandeira, al psicólogo Pedro Allueva, quien realizará una serie de pruebas psicotécnicas que tienen como objetivo estudiar la problemática del pensamiento a más de 6000 metros de altura.

Curioso. Dejo un momento el recorte en el que leo esta noticia, y a mí, como al alpinista, también se me va la cabeza al punto más alto del Teruel viejo, la zona del castillo, la calle de la Comadre. Resulta que el suelo pisadero de esta calle es el más alto de toda la ciudad y cuentan los libros que no hace mucho tiempo se encontraba marcado en los adoquines el punto de mayor altitud, 930 metros, por encima de lo que marca la estación de tren (creo que 916 metros).

Un paseo desde la plaza de la Judería por este núcleo del Teruel más antiguo nos muestra un entorno degradado, con rastro de diuresis nocturna y exceso de alcohol, además del abandono del solar de la sinagoga, promesa de rehabilitación en su momento. Ya lo dice el psicólogo zaragozano: “a tantos metros de altura se pueden producir daños neuronales que, aunque no tienen trascendencia en la vida diaria, cuando se está en lo alto pueden provocar casos en los que no se razona”.  Lo dicho, mal de altura.

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