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Tren sonda

Tren sonda A veces, sin ser viajero compulsivo, más bien perezoso impenitente, el amigo –amiguico, le llaman-  sale de Teruel. Con frecuencia,  de médicos, si no es por cuestiones laborales, que no habrá manera de acabar con este nuevo centralismo sanitario, autonómico y universitario. Junio, víspera de San Juan: “Mañana me voy a Zaragoza, a cosas de trabajo - ¿Es que se te ha estropeado el coche? ¿Estás seguro? - llámame al móvil y te recojo, si te deja tirado por ahí…” Son los guiños previsibles la víspera de un viaje en tren. Y el amigo sonríe. Unos prefieren el tren porque es cómodo. Los mayores estiran las piernas, y como toman diuréticos para la tensión arterial, usan el servicio con frecuencia (retrete sigue poniendo en las estaciones, quizá la palabra más adecuada, por lo que tiene de retirado). Otros viajan con niños, que así pueden estar a sus anchas (los niños y los padres) y dan menos guerra (los padres y los niños). Otros, usuarios de la vía verde, traen la bicicleta. Hay quienes disfrutan de la memoria de lecturas y cine clásico o reivindican la mejora de la línea – dicen que apenas viajan los políticos en el tren.Pero el amigo es viajero impertinente. No habla – dice que aprovecha hasta Santa Eulalia para echar una cabezada, y que luego se dedica a leer y a observar. Hoy no funciona el aire acondicionado: da igual, de todas formas le sienta mal. Oye decir a una viajera experta (viene desde Valencia) que todavía no han conseguido conectar el aire cuando se añaden unidades nuevas. El viaje avanza tranquilo. Eso de ahí era la azucarera de Santa Eulalia.  Y esa estación tan grande, la de Caminreal. Algo hemos leído sobre ella. Y la hemos visto en un corto.Y como si fuéramos adolescentes, suenan varios móviles a la vez – es cuando se recupera la cobertura, que de cuando en cuando se pierde (la misma señora). Cada vez que se oye un teléfono, Paquito el Chocolatero, Beethoven, un cuco, Bisbal, todo vale, la señora se desgañita, “chica, coge el teléfonoooo”. El viajero mira por la ventanilla. Viaje de vuelta. Muel. Avisa el interventor que no funciona el servicio (retrete dice en las estaciones), y que no se preocupe el pasaje: él se encargará de avisar en qué paradas se puede bajar a mear (si pone retrete, será porque se puede mear, dice el señor de la bolsa de Montreal 76). Avanza la tarde. Sube una señora en un apeadero y se sienta junto al amigo. “Se me parte el almica al ver cómo están algunas estaciones”, dice mientras acomoda bultos informes. Pues cómo se habrá sentido la señora que ha intentado subir al tren y le han dicho que no quedan billetes. Gira el viajero la cabeza y no ve más de seis personas en su vagón. El interventor-avisador de estaciones con retrete explica que el número de plazas es limitado en los pueblos de Teruel si hay reservas en la zona de Valencia, que ahí se llena el tren. Y que además ya no se pueden subir bicis. Bien para la vía verde, bien. Discurre la tarde en el tren, y el avance de la noche, con el vaivén del vagón en los raíles hace soñar al viajero que pilota una sonda espacial. Y como le gusta jugar con las palabras, salta a otro sueño de sondas. Un tren sonda. Sin necesidad de parar en los retretes de las estaciones.

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